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Casa en Cabuérniga (Cantabria)

Esta casa, situada en un pueblecito del valle de Cabuérniga, muestra las características tradicionales de la arquitectura montañesa, y nos da la excusa para describirlas.

La casa montañesa se construye entre dos muros laterales de piedra, que sobresalen en las fachadas delantera y trasera como “orejeras” y también sobre la cubierta. Estos muros se llaman “almanques” o “cortafuegos”, y esta última palabra describe perfectamente su principal uso, ya que la casa montañesa, totalmente de entramado de madera en su interior, y generalmente adosada en largas filas de casas similares, necesita esta protección para evitar la propagación a todos los vecinos de un posible incendio en cualquiera de ellas.

De esta manera, estos ilustres antepasados del adosado de urbanización tan de moda en la actualidad, dejan sólo dos fachadas para ventilar y tomar luces; la principal orientada generalmente al sur, y la trasera norte que da a la huerta o corral traseros.

En la fachada principal, la entrada queda generalmente cubierta por un soportal bajo el voladizo de la planta superior. Este soportal, que en este caso ha quedado cerrado e incorporado a la casa, se llama socarreña, y suele contar con un banco de piedra para guarecerse en caso de lluvia, y para tomar el sol en los días buenos. En las casas buenas, las fachadas tienen dos y hasta tres tramos; el central siempre se preserva abierto, uno de los laterales acaba cerrándose como cuarto de aperos, y el otro lado cuando existe se puede llegar a cerrar y se llama el cuarto del peregrino, y se supone que es para que no tengan que dormir al aire los que se guarezcan a pasar la noche en la socarreña.

La planta primera es volada, sobre las vigas interiores que se prolongan y se muestran al interior, muchos dicen que para que las cabezas de las vigas se sequen bien y nunca se pudran, y en ella suela haber un balcón corrido o solana, que alguna vez queda parcial o totalmente cerrado con cristalera a modo de mirador, elemento que aparece en toda la España húmeda, desde Galicia a Cantabria, y menos en el País Vasco, y que en todo caso es un elemento relativamente moderno y añadido, pero siempre absorbido por la arquitectura popular de forma inteligente y natural... y da gusto estar en ellos los días de lluvia y también los otros.

Más arriba solía estar el sobrado, principal como almacén y secadero de alimentos, a veces bajo cubierta algo sobreelevada y con pequeñas ventanas verticales a fachada (nunca Velux, eh?) y luego se llega a sobreelevar y utilizar como habitaciones, según la familia crece, los alimentos se compran en el super, y los aislantes hacen más vívidero el sobrado. En este caso, la verdad, se ve que es una sobreelevación antigua, que mantiene el tratamiento de los tres tramos de la socarreña (para el carro) y las dos habitaciones laterales, y las barandillas y carpinterías de madera tosca le dar el auténtico sabor rústico y popular, en contraste con la piedra moldurada con la maestría del cantero montañés.

Es curioso ver como el almanque va sobresaliendo con los sucesivos voladizos, hasta soportar el gran alero de coronación de la fachada principal, y para este movimiento el cantero forma los canes perfectos en pecho de paloma, las elegantes molduras de transición... No en vano Juan de Herrera y casi todos los grandes “arquitectos” del clasicismo y barroco españoles nacieron y aprendieron el oficio en la montaña de Cantabria.

No hemos podido encontrar el escudo de armas, que seguro que está o estuvo en alguna parte, porque no hay casa montañesa sin él, por humilde que sea. Y si no, basta con ver la cuadra-pajar colindante, con su planta baja de sillería de piedra y dintel monolítico. Le falta la cubierta, pero añade 90 metros cuadrados por planta, a los 140 m2 por planta de la casa principal. Más allá, pero separada por una casa intermedia, hay otra edificación semirruinosa de una sola planta y 150 m2. Todo ello forma un conjunto muy interesante, con 2.500 m2 de terreno, y que se encuentra a la venta en 330.000 €.